Me he dado cuenta. Percaté lo que sientes y miré tu dolor. Observando tu montaje escénico de estrellas pensé en la belleza de tu piel y después, tu reproche exclamaste. Ventanales sonoros revolcaron mi sosiego, tus gritos agudos de dolor resaltaban y golpeaban mi escuchar; reclamabas. Gritabas por todo lo que te hemos dejado: llagas por incendios y cicatrices por la economía. Aparentemente representante de los hombres me convertí y ante tu reproche, silencio tuve que guardar.
Grandes diluvios arrojaste; tus lágrimas buscando un por qué, arrasaban con las grandes ciudades que diario te lastimaban. Suspiros y dolor tuyo golpeaban mi cuerpo en pequeños mililitros de amargura; fríos y solitarios mililitros los que reclamaban esa soledad. Convirtiéndose en granizo rompían mi piel, abriéndola en sangre.
Sentí tu lejanía, quise confortarte, sin embargo realicé que no sabía cómo; a pesar del tiempo que me has cuidado, no te conocía, ignoraba lo que fuiste para mí y así tuve que seguir pasos atrás de ti, sin palabras de consuelo.
Nieve comenzó a caer, cubriéndonos a nosotros ignorantes, y pensé en todo ese frío que guardaste desde siglos atrás, toda esa soledad. En ira estallaste, y abriendo suelos y calcinando con grandes relámpagos te vengaste; físico y en guardia te defendiste, como mujer cuya dignidad fue arrebatada, respondiste.
Con tus mares sepultaste nuestra historia, una que escribimos con sangre, un relato que al final no habló de los logros de los hombres, sino del maltrato a una mujer que nunca fue comprendida, hasta hoy.
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